Todo apunta a que, en cualquier ámbito, el oficio de nuestros hijos se escribirá en digital y no sólo por la creciente demanda de ingenieros e informáticos. Tanto si se dedican a la enseñanza como a la medicina, el bonete y su orla se coronarán con una arroba. Esto es así incluso para quienes que se orienten hacia el tan denostado ámbito de las humanidades. Cierto es que no proliferan los puestos de trabajo convencionales para este perfil, pero se abren camino nuevas oportunidades de la mano de una industria de contenidos, en los que estos perfiles tienen mucho que aportar.
Reconversión del mercado laboral
Hay que reconocer que las disputas con nuestros retoños, cuando optan por carreras universitarias con limitadas salidas profesionales, son completamente estériles. Y no sólo por aquello de la vocación y el respeto a su primera decisión como adultos. El mercado laboral está cambiando tanto y tan deprisa que, ni siquiera optando por carreras en auge, hay garantías de que al finalizar sus estudios la tortilla no haya dado la vuelta. Esto podría ocurrir por inflación de profesionales (la oferta de empleo en los “nichos estrella” tampoco es infinita), por el apagado del fulgor de los clásicos perfiles de prestigio (por modas o por imposición de un cambiante mercado laboral) o, simplemente, porque aparezcan nuevas oportunidades hoy en día inexistentes. De hecho, se ha llegado a decir que el 65% de los estudiantes de Secundaria trabajarán dentro de diez años en empleos que a día de hoy no existen.
En cualquier caso, todo apunta a que la recompensa a una esmerada educación no va a ser precisamente un trabajo estable y sin sobresaltos. El problema ya no está solo en que la oferta de trabajo sea suficiente y los candidatos estén preparados para atenderla. Suponiendo un escenario optimista en el que ambas premisas se cumplen, nuestros retoños no podrán prescindir de una formación continua, tanto por caminos reglados (académicos) como informales. De hecho, esto ya es una realidad palpable para nosotros, los adultos, con independencia de cuál sea nuestro oficio/profesión. Pero, aunque el viaje sea accidentado, no hay excusa para el desaliento, por muchas aventuras y desventuras que les aguarden. Concebirlas como un mal necesario o como un reto es una decisión personal que marca las probabilidades de éxito y en esa hoja de ruta es clave el equilibrio entre aptitud y actitud.
Nuevas oportunidades
Lo cierto es que el ecosistema digital genera nuevas oportunidades para profesionales inquietos o para emprendedores. Dicho de otra forma: para inconformistas y aventureros. Es una fauna diversa: individuos que no logran desarrollar su profesión como quisieran o trabajadores constreñidos por las limitaciones de una empresa convencional. Estos prometedores talentos buscan su “salida al mar” a través de Internet como plataforma privilegiada de comunicación con sus clientes. De ello se deriva un nuevo concepto del servicio y del propio trabajo, sin oficina ni horario prestablecido. Un modo de trabajo que se extendió con la pandemia y que abrió nuevas vías de autoempleo a determinados perfiles profesionales. Llevado al extremo, hay quienes han optado por dedicarse a ello a tiempo completo, traspasando la frontera laboral para convertir su proyecto personal en una nueva forma de vida. Se conocen como “Knowmadas” o trabajadores del conocimiento. Una nueva variante del perfil emprendedor del “freelance” que en muchas ocasiones convierte sus aficiones en un medio de vida.
Pero, volviendo a nuestros hijos, convendría recordarles que en el siglo XXI sobreviven los cazadores de oportunidades, que no son necesariamente los más fuertes, sino quienes mejor se adaptan, como aseguran que dijo Darwin. Al margen de los estudios que cursen, la clave de su éxito radicará en el perfil profesional que construyan siguiendo una hoja de ruta que combine los conocimientos teóricos que les apasionan, con habilidades que les diferencien de un autómata en la era de la inteligencia artificial. No basta con ser meros alumnos, deben dar el paso para convertirse en verdaderos estudiantes. Ese ejercicio es puramente personal porque requiere reflexionar sobre habilidades y carencias para completar las lagunas de formación en aras de un objetivo que conviene que identifiquen cuanto antes. Preguntas como qué se me da bien o qué me gustaría hacer cuando termine los estudios ayudan a poner foco en el esfuerzo que deben realizar a lo largo de sus estudios universitarios, más allá de la formación reglada que van a recibir.
¿Qué carrera elegir?
Habrá quien se aventure a responder a esta pregunta y en la prensa es fácil encontrar listas de empleos más demandados en el último año. Consultarlas puede orientarnos, pero siendo conscientes del entorno cambiante en el que los jóvenes van a tenerse que desenvolver. Si por alguna extraña razón, vuestro hijo quiere estudiar latín, tampoco os angustiéis. Pensad que los lingüistas fueron el primer perfil del que tiraron los ingenieros que comenzaron a investigar en inteligencia artificial y, de hecho, la tecnología PLN (procesamiento de lenguaje natural) es un campo en expansión. Los geógrafos también encuentran caladeros de empleo en la oferta de trabajo de multinacionales de software para el desarrollo de sistemas SIG, hoy tan en boga con el auge de la geolocalización. Incluso amantes de la mitología clásica han terminado muy bien colocados diseñando videojuegos, una disciplina con rango universitario, algo impensable cuando la generación de los que hoy somos padres comenzábamos a jugar con las viejas consolas que existían en nuestra juventud. Son sólo algunos ejemplos, pero lo cierto es que el mismísimo John Hanke, uno de los dioses del olimpo TI, fue en su día estudiante de Humanidades. Este detalle no es anecdótico. Demuestra la importancia de comprender la realidad más allá de los dictados del lenguaje binario. También indica que conviene aparcar la vieja idea de que si estudias Derecho sólo puedes ser abogado y si cursas Farmacia tu principal horizonte es una botica.
Al margen de la titulación que nuestros hijos elijan, lo importante es que se involucren en su propio proceso de formación. Nadie sabe, a día de hoy, qué carreras tendrán o no salidas profesionales en los próximos años. Siendo realistas, la única certeza es la incertidumbre y en este escenario llegar a puerto no depende tanto de un título universitario, como de la destreza que desarrollen para navegar en medio de la tormenta. Y con el aire que se está levantando, me temo que esto también nos aplica a los padres. No nos empeñemos en guiar a los jóvenes con mapas en los que figura la Atlántida como tierra de oportunidades.