Pocas cosas nos hacen vibrar con tanta intensidad como el abrazo del perdón
Una de las definiciones de perdón que más me ha gustado es la que leí, hace años, en un libro de Louise Hay (una autoridad en esta materia): “perdonar es dejar marchar”.
Tendemos a pensar que, cuando perdonamos, le hacemos un favor a la persona que nos ha ofendido o herido. Tratamos de olvidar la deuda pendiente que tiene con nosotros, por medio de un acto voluntario de renuncia a lo que creemos es nuestra justificada actitud de repulsa por el daño recibido.
Sin embargo, y volviendo a la afortunada definición de Louise Hay, perdonar es un acto que tiene más que ver con un beneficio a nuestro favor que con una supuesta acción magnánima hacia el ofensor.
El rencor es la causa origen que nos impide perdonar, una carga emocional que, lejos de afectar a quién nos ha herido, solo nos duele y amarga a nosotros. Perdonar es dejar marchar, en el sentido de desprendernos de todo ese resentimiento que arrastramos, y que únicamente nos afecta a nosotros.
Somos los únicos responsables del malestar que genera el odio, la inquina y la animadversión hacia otra persona, sea porque nos sentimos agredidos por su comportamiento o por cualquier otra razón de mayor o menor peso. El problema de estas actitudes de enfrentamiento está en que no solo actuamos como emisor, sino que, también, nos convertimos en el receptor. Generamos un malestar que nos viene de vuelta como un búmeran. El rencor nos mantiene prisioneros de una profunda desazón que solo nos atañe a nosotros, a pesar de que creamos, inocentemente, que es el ofensor quien la recibe.
Aprender a perdonar exige desterrar el resentimiento de nuestras vidas, dejar de mirarnos al ombligo para escuchar al otro, dándonos cuenta de que los demás no tienen como principal objetivo en la vida, amargarnos la nuestra.
El primer paso para convertirnos en maestros en el arte del perdón voluntario, es aprender a perdonarnos a nosotros mismos. Es tan importante esta habilidad que, una vez dominada, perdonar a otros se convierte en algo sencillo y natural.
Nos enfadamos muchísimo con nosotros mismos por múltiples razones: errores, meteduras de pata, omisiones, miedos, inseguridades… Resulta habitual mostrarnos descontentos con nuestro físico, nuestra salud, nuestro comportamiento o cualquier otro aspecto que nos ataña. Este desacuerdo con nuestras acciones y comportamientos que se manifiesta, a nivel inconsciente, como resentimiento indefinido, contribuye, en gran medida, no solo a un sentimiento de frustración personal, sino, también, al desarrollo de muchas enfermedades.
Aprender a perdonarnos y pedir perdón, cuando sentimos que debemos hacerlo, es la varita mágica que nos permitirá vivir con mayor plenitud, paz y felicidad.
Me perdono…
- Por todo aquello que no he conseguido superar, pese a mis intentos
- Por todo el daño que he hecho sin haber sido consciente de ello
- Por todas las veces que mi orgullo me ha impedido encontrar el apoyo que necesitaba
- Por creerme más y también por creerme menos, sin haber sabido ser igual
- Por las limitaciones autoimpuestas que me han impedido crecer y lograr
- Por no haber sido capaz de dar todo lo que soy, pres@ del miedo y la comodidad
- Por haber sido conformista, en vez de arriesgarme a darlo todo por VIVIR.
Me perdono y te perdono.
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