4000 años antes de Cristo, los egipcios empezaron a momificar ciertos de sus difuntos (la élite en su mayoría). De esta manera se les otorgaba la tan anhelada eternidad.
Con el tiempo, las técnicas fueron perfeccionándose y los beneficiarios en aumento.
Los antiguos egipcios creían que, para que alguien ingresara en el Más Allá, el cuerpo debía sobrevivir a la muerte, por eso se realizaba la momificación. Así el cuerpo adoptaba virtudes divinas que le permitían resistir a la prueba.
Los egipcios concebían el “Más allá” como un paraíso agrícola, con sus cursos de agua, sus islas y sus fértiles campos, que daban sustento para toda la eternidad. Además, creían que los actos terrenales eran juzgados en el Tribunal de Osiris.
En un principio, los egipcios enterraban los cuerpos en el desierto, donde la arena caliente actuaba como un poderoso agente desecante que eliminaba la humedad y, por tanto, frenaba la putrefacción del cuerpo.
La momificación artificial surgió cuando los cadáveres pasaron a colocarse dentro de un ataúd y en una tumba, perdiéndose así el contacto con la tierra, lo que llevó a idear métodos para lograr la preservación de los cuerpos.
Los embalsamadores eran personajes muy respetados, así como los sacerdotes. Existía una jerarquía dentro de los embalsamadores. La preparación del cuerpo recaía en unos “wetyuu”, mientras que la supervisión del proceso de momificación estaba en manos del “herysesheta”.
Poco después de la muerte del individuo que debía momificarse, los embalsamadores extraían los órganos más perecederos para frenar la descomposición. Luego, se secaba el cadáver durante unos 35 días en natrón (una sal natural). Así iniciaba la momificación.
Los embalsamadores del Antiguo Egipto tenían varias maneras de manipular las vísceras de las momias. Del cerebro se deshacían enseguida, quizás porque consideraban que la conciencia estaba en el corazón. Los pulmones, el hígado y el estómago se conservaban en vasos canópicos.
Era frecuente enterrar a los difuntos en varios sarcófagos, alojados los unos dentro de los otros. En ellos venían inscripciones destinadas a proteger el cuerpo en el “Más allá”. El último de los sarcófagos, el que se encontraba más en el interior, contenía la momia.
El lino era la tela de referencia en el Antiguo Egipto. Los embalsamadores lo usaban para envolver el cuerpo en grandes cantidades. Para una sola momia podía emplearse más de 375 metros cuadros de lino (que podían recuperarse de prendas de vestir).
Los embalsamadores realizaban su tarea durante el largo período que mediaba entre el fallecimiento y el entierro, normalmente unos setenta días, aunque hay referencias de casos de hasta 274 días (como en la tumba de Meresankh en Gizeh, de la dinastía IV).
Fuente: https://twitter.com/JohariGautier
Interesante artículo. Gracias por compartir.