Es una noche de 1765 y la oscuridad reina fuera del hogar de los Chateauneuf.
El cuerpo del pequeño de catorce años yace tendido sobre la mesa, mientras los lloros de sus familiares acompañan las oraciones por su alma. Y continúan velando el cuerpo sin cabeza hasta que un grito permite a todos ver la figura de una bestia apoyada contra el cristal.

El padre del difunto sale de la casa envalentonado y furioso al grito de “¡Marie-Anne, tráeme el hacha!” Pero cuando abre la puerta y llega armado hasta la ventana descubre que la bestia, como dotada de inteligencia humana, ya se había marchado del lugar.
El joven Jean Chateauneuf no fue la primera víctima de aquella criatura, pues antes que él habían perdido la vida muchas otras personas. Todas ellas mutiladas de las más terribles formas, víctimas de un ser diabólico que sería conocido como la “Bestia de Gévaudan”.
Entre 1764 y 1767 la región francesa del Languedoc, tierra plagada de historias de herejía y brujería, sufrió el ataque de una criatura que jamás se llegó a ver, y que dejó tras de sí horrorosos estragos: 210 ataques y 113 asesinatos, de los cuales 98 incluyeron antropofagia.

La andadura de la bestia comenzó en junio de 1764 con el hallazgo del cuerpo completamente mutilado de una niña. Un terrible acontecimiento que después sería reforzado por el testimonio de otra víctima, esta vez superviviente del ataque. Aquella otra mujer llegó a decir:
“Parecía un lobo, pero no lo era, tenía el tamaño de una vaca, de la boca, salían dos largos colmillos; tenía una franja de pelo negro que le recorría el lomo, desde la cabeza hasta la punta de la cola, y a pesar de su tamaño y aspecto, daba saltos de hasta 30 pies de largo.”

Al principio nadie creyó a aquella mujer… ¿Quién iba a creer a una campesina ignorante hablando de un monstruo sobrenatural? Pero esa situación cambió cuando las muertes comenzaron a sucederse y se fueron encontrando cada vez más cuerpos mutilados y canibalizados.
Pronto comenzaron a aparecer nuevos testigos, como Monsieur de Labarthe: “Tiene la cabeza ancha, muy grande, alargada como la de un ternero y terminada en un hocico de lebrel. El pelo es rojizo, con una raya negra en el lomo. Le gusta la sangre, los pechos y la cabeza…”

El terror se apoderó de toda la región como la llama en un reguero de pólvora. Hacia finales de 1764 los sermones de las iglesias hablaban de un castigo divino y los cazadores realizaban batidas para conseguir erradicar a tan temible criatura: pero la bestia siguió matando.
Periódicos, como “El Courrier d’Avignon” se hacían eco de las historias: contaban que la bestia era inmune a las balas, que los hombres no podrían encontrarla y que las muertes seguirían sucediéndose indiscriminadamente. Así la leyenda tomaba forma; un relato vivo de terror.

Sucesos como el de Jean Chateauneuf, decapitado por la bestia de Gévaudan, sólo aumentaban el horror de aquellar narrativas. Y el hecho de presentar a la criatura como inteligente contribuía a pensar que un espíritu diabólico, o incluso un hombre lobo, achechaban la región.

Tal fue el impacto social de la bestia que incluso se crearon oraciones para protegerse del monstruo asesino:
“Reza al Todopoderoso,
que nos libre de los dientes
de este horrible monstruo,
y por su santa mano
cure de repente
todas estas pobres criaturas.”
El propio rey de Francia, Luis XV, decidió tomar cartas en el asunto ante el revuelo internacional que el caso estaba generando. De este modo envió a su arcabucero personal: Antoine de Beauterne. Su objetivo era dar caza definitiva a la bestia y llevar su trofeo ante el monarca.

Mientras el cazador se dedicaba a la tarea asignada, la población local seguía buscando culpables, muchas veces sobre personas sobre las que pesaban leyendas. Tal era el caso de la familia Chastel, famosos por ser descendientes de brujas, licántropos y loberos.
De ellos proceden algunos de los mitos que actualmente existen sobre la licantropía, pues sería uno de los Chastel quien diría que la forma más efectiva de acabar con la criatura sería una bala de plata. Aunque Antoine de Beauterne no siguió tal consejo; él tenía otro plan.
Su plan, de hecho, consistía en cazar un lobo corriente y utilizar la taxidermia para convertir el cadáver en un trofeo digno de un rey. Haciendo de este modo pasar a un animal por la bestia y dando por cerrado el caso a los ojos del rey francés. Y así fue, pero no arregló nada.

La criatura siguió matando incluso llegada la primavera de 1767. Sin embargo, fue precisamente un miembro de la familia Chastel, Jean, quien diría haber acabado con la bestia aquel mismo año. Una criatura grande, de pelaje rojizo, con los restos de una niña en el estómago.
¿Acabó realmente con la vida del monstruo? No podemos saberlo, aunque lo que está claro es que los crímenes no volvieron a ocurrir. Aunque la leyenda de la bestia de Gévaudan nunca desaparecería. Aun cuando fue un miembro de una familia de brujos y licántropos quien la mató.
Dos décadas después tendría lugar en Francia una revolución motivada por las ideas ilustradas que se habían ido gestando a lo largo del siglo. Ideas como la razón, el rechazo de la superstición y el abandono de todas aquellas historias de fantasmas que Voltaire tanto despreciaba.
Sin embargo, ni todas las ideas del siglo de las luces juntas, ni tampoco la suma de todos los filósofos y pensadores ilustrados consiguió borrar la experiencia que aquella gente vivió. Un recuerdo tan intenso, tan imborrable, que mantiene vivo a aquel ser: La Bestia de Gévaudan.
De estos hechos se inspira la película “El Pacto de los Lobos”.

Fuente: https://twitter.com/CaminoAquelarre