«Hoy no puedo. Estoy demasiado cansado. La próxima semana lo retomo». «Se me hace muy cuesta arriba. Me parece muy difícil. Igual no vale la pena el esfuerzo». «Tengo que anularlo. No me siento con fuerzas para ir. Además, llueve, tengo el coche lejos y seguro que no encuentro aparcamiento». «¿Para qué si nada va a cambiar? Todo va a seguir igual, haga lo que haga. Ya lo he intentado más veces. La vida es como es. Hay que resignarse».
Es la voz del saboteador… ¿Te suena? ¿Se parece a algo que ya has oído antes?… ¿No? ¿Nunca has escuchado algo como esto?… Entonces, enhorabuena. Tienes suerte, no es lo habitual.
Pero si perteneces a la mayoría, a la que esta sonatina nos resulta familiar… ¿a qué desanima?, ¿a qué dan ganas de darle la razón?
Todos y todas tenemos nuestro saboteador particular. A algun@s nos martiriza más y a otr@s menos. Algun@s nos dejamos seducir con más frecuencia que otr@s, pero la experiencia es de sobras conocida para… ¿el 99,9 % de la población?
Es este, el saboteador, un consejero sumamente astuto; que conoce muy bien las armas que debe emplear para lograr sus fines: el miedo, la inseguridad, la repetición exhaustiva de sus mensajes desmotivadores, la comodidad que ofrece la zona de confort y que él nos recuerda con frecuencia.
Aparece siempre que hay una novedad, un propósito de cambio, una ilusión por emprender una nueva empresa; y, en especial, cuando tratamos de modificar aspectos sustanciales de nuestro carácter, hábitos o comportamiento.
Aunque pueda parecer paradójico, este es un personaje que vive en el miedo. ¿Miedo?… ¡Sí, claro!… El saboteador teme las novedades, le asusta perder las referencias conocidas, y le repele aventurarse en territorio desconocido. Por esto, siempre está en guardia, presto a desanimarnos ante cualquier locura que se nos ocurra. Y para él, locura es cualquier cosa que altere significativamente sus rutinas.
Y es que este personaje en la sombra es muy conservador, tradicionalista y adicto a la repetición. Su empecinamiento por no moverse de donde está es debido, sobre todo, a su inseguridad: no cree en si mismo y, por supuesto, tampoco en ti. Trata de contagiarte su temor, su desconfianza, en un absurdo intento de compartir su miedo como remedio (cuestionable) para sentirse acompañado.
¿De dónde viene este agorero? ¿Quién o qué le ha dado vida?…
Como tantos otros actores (¿o debiéramos decir comediantes?) que viven en cada uno de nosotros, está construido a base de jirones de recuerdos y experiencias que nos han marcado de un modo especial (la memoria en su intento permanente por sobrevivir). En este caso en concreto, el comediante se nutre de decepciones, chascos, penas, fracasos y otras experiencias dolorosas que ha ido recopilando a lo largo de la vida. Se alimenta de ellas, engrosando su colección con nuestras acciones de desistimiento, las que le aportamos cada vez que dejamos pasar oportunidades, y seguimos sus consejos. Con ello se refuerza su poder sobre nosotros.
La influencia que este ladrón de ilusiones y expectativas tiene en cada ser humano es muy variable: desde l@s que apenas le dedican unos minutos y, por lo general, desestiman sus indicaciones; hasta quienes viven pres@s de sus amenazadoras advertencias y han renunciado a pisar nuevos paisajes. A cambio de esta lealtad sin límites, el boicoteador dota a su víctima de una falsa sensación de seguridad, susurrándole al oído, cual las sirenas al Ulises de la Odisea, lo acertado de su elección, lo cabal de su comportamiento, al repudiar aventuras que a nada bueno pueden conducir.
Si queremos expulsar a este ladrón de energía de nuestra cocina (el lugar en el que adobamos y guisamos nuestras esperanzas, ilusiones y proyectos) debemos comenzar por hacerle comprender que su influjo sobre nosotros está menguando. Podemos conseguirlo, de manera sencilla e inmediata: volviéndonos más proactivos, evitando caer en las manos de la procrastinación (dejar las cosas para más adelante), y siendo más rápidos y decididos a la hora de poner en marcha nuestros planes, sin darle tiempo a intervenir. Este tipo de comportamientos le hacen mucho daño porque ve como su influencia se desvanece. Como consecuencia, es ahora él, el saboteador interno, quién comienza a desinflarse y desmotivarse. Estaremos ganando la batalla y yendo directos hacia la victoria total que acabe con sus huestes.
Se trata, ni más ni menos, de comenzar a hacer todo aquello que solemos postergar: por miedo, por vagancia, por falta de fuerzas, por desmotivación, por falta de confianza o por cualquiera de los mil y un motivos que nos justifican dejar para mañana lo que podemos hacer hoy. Esta actitud lo desarma, lo hunde en el abismo y termina por desterrarlo al país de la no existencia, logrando que desaparezca casi por completo de nuestra vida.
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